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De Salonen, Mäkelä y otros directores

Updated: May 14, 2024

Klaus Mäkelä - foto de Mathias Benguigui

Dos noticias relacionadas con la dirección orquestal le han dado la vuelta al mundo de la música clásica recientemente.  La primera, la renuncia pública de Esa-Pekka Salonen a la dirección artística de la Sinfónica de San Francisco y, la segunda, el nombramiento de Klaus Mäkelä en la dirección artística de la Sinfónica de Chicago.  La renuncia de Salonen ha sacudido un poco al mundo orquestal pues su nombramiento -previo a la pandemia del COVID-19- parecía trazar una nueva dirección en la visión del papel de una orquesta sinfónica en el ecosistema cultural contemporáneo.  A su llegada, Salonen planteó trabajar con un grupo de colaboradores artísticos de alto perfil pero no necesariamente cercanos al mundo orquestal.  Este solo gesto era una interesante señal de que el compositor y director finlandés y anterior director de la Filarmónica de Los Ángeles, sabía a dónde llegaba (a la ciudad y región emblemáticas de la revolución digital) y que, además, entendía que las orquestas sinfónicas tienen una importante tarea pendiente: repensarse, no como museos de la música anterior a 1950, sino como agentes culturales y creativos de la actualidad.

 

La renuncia de Salonen ha sido recibida con gran sorpresa por la prensa.  En el mensaje en el que el director anunció su partida, señaló que hay discrepancias entre él y la junta directiva con respecto a la dirección de la orquesta y los pasos a futuro.  Los músicos de la orquesta están invitando a la gente a firmar una petición pidiendo que Salonen se quede en la orquesta, mientras que la prensa trata de entender y explicar qué fue lo que pasó.  Algunos artículos, cuyas fuentes incluyen a personas de adentro de la organización y cercanas a la junta directiva, apuntan a que hay una verdadera crisis financiera en la orquesta, a que los déficits que la orquesta ha sufrido se han solventado con donaciones excepcionales con las cuales no se puede contar a futuro, y que los costos de las apuestas de Salonen no pueden ser cubiertos con las finanzas actuales.  Curiosamente, para quienes no entendemos de las dinámicas sociales de Silicon Valley, aparentemente la orquesta no ha sido una de las más importantes beneficiarias de la filantropía de las riquísimas empresas de tecnología de esa región.

 

Pierde San Francisco, pierden los músicos de la orquesta, pierde el público y pierde el mundo musical.  Pocos directores actuales son tan interesantes como Salonen.  Sus composiciones son buenas – retadoras pero con una gramática y vocabulario que permiten el acercamiento a ellas por parte del público.  Sin embargo, lo que hace más impactante este rompimiento es pensar en el gran reto de hacer cultura y de ser un agente creativo en un contexto en el que la música termina siendo más bien una actividad que depende de un interés y sostenimiento privado, de alguna manera sujeta a las fuerzas del mercado y a los designios del público y los donantes.  Hace varios años, Daniel Barenboim renunció a la dirección de la Sinfónica de Chicago, cansado de sus obligaciones de participar en las actividades de recaudación de fondos – quería concentrarse más en lo musical; desde entonces ha estado muy refugiado en Alemania, peleando también con la financiación estatal, pero aparentemente sin mirar atrás.

 

Una de las preguntas que surgen de esta situación es, ¿para qué es un director artístico de una orquesta?  Obviamente, sus funciones trascienden las más obvias y visibles y que están relacionadas con la producción de resultados musicales.  Sin embargo, al final, quizás, la función más importante es la de trazar la visión artística de su ensamble.  ¿Cómo es que su ensamble concibe el papel de la música orquestal en su comunidad?  ¿Qué viajes o exploraciones estéticas quiere proponer al público?  ¿Cómo desarrolla en el ensamble una flexibilidad y versatilidad estilística que sirva para crear esas exploraciones?  La salida de Salonen es triste para el mundo musical porque Michael Tilson-Thomas, anterior director de la orquesta, le había legado un ensamble refinado, profesional, ambicioso y capaz de emprender una aventura con alguien nuevo.  Que una orquesta como la de San Francisco vea que su director (Salonen) admira e invita a colaborar a figuras como Esperanza Spalding, Claire Chase y Nico Muhly señala ciertas expectativas y la obliga a pensar de manera más abierta, flexible y actual.

 

En uno de los artículos acerca de la situación de San Francisco se señala que la orquesta venía con déficits antes del nombramiento de Salonen y cuestiona que, si esto era así, por qué la junta nombró al director a sabiendas de su ambicioso plan creativo.  El nombramiento de Salonen le dio la vuelta al mundo y -creo- que de no haber sido por la parálisis y las pérdidas que generó la pandemia del COVID-19 en la Sinfónica de San Francisco esos déficits quizás hubieran sido superados, también gracias a Salonen.  Quizás el entorno de innovación de Silicon Valley se hubiese sintonizado con el director y su visión y esto, de paso, hubiese dado paso a un incremento en las donaciones filantrópicas y al panorama de sostenibilidad del ensamble.  El sector cultural sigue conviviendo con los efectos de la pandemia, por más buena cara que se le ponga y por más reactivación que haya del sector.  La apuesta era buena pero a San Francisco le pasó lo mismo que a aquellas personas que abrieron un restaurante en enero de 2020.

 

En este blog he tratado -desde que lo empecé en 2004- de hacer paralelos y reflexiones desde los eventos que ocurren en el exterior hacia lo que pasa en Colombia.  Este evento con Salonen me ha puesto a pensar acerca de las visiones artísticas de los directores que encabezan nuestras orquestas más importantes.  Pregúntenselo ustedes, así como cabe preguntarse por el nombramiento de Mäkelä en Chicago.  Es difícil saber si un excelente y joven director (tiene 28 años), de origen finlandés, cuenta con el bagaje para llevar a la Sinfónica de Chicago al siglo XXI o si simplemente va a ser un instrumento para seguir puliendo una impresionante sonoridad para los viejos clásicos de siempre.  Ya lo veremos.  Yo, por mi parte, recomiendo la grabación de las sinfonías de Sibelius bajo su batuta – confieso que es la primera grabación de las sinfonías del compositor finlandés (por sus interpretaciones, no porque no haya escuchado otras) que me han permitido acercarme más a su obra y a su sonoridad (Sibelius no se toca todos los días en nuestras salas de conciertos).

 

Estamos en un mundo en el que abundan los directores musicales.  Aquellos que hacen que las orquestas suenen bonito – inclusive que suenen tan bonito que nos emocionan y nos llenan de sentido.  Pero siento que son pocos los directores artísticos, pocos los que diseñan experiencias sonoras, exploraciones, aventuras y relaciones comunitarias a través del sonido.  Salonen sale de San Francisco y es posible que alguna orquesta europea le haga fieros pronto a la ciudad de la bahía californiana al enganchar al finlandés dándole todo lo que había pedido en Estados Unidos y hasta más – ya hemos visto esto con la salida de Alan Gilbert de Nueva York.  Mientras tanto, ante la pronta llegada de Gustavo Dudamel a la Filarmónica de Nueva York, la anunciada salida de Franz Welser-Möst de la Orquesta de Cleveland, el nombramiento de David Greilsammer en la Filarmónica de Medellín, la reciente llegada de Yeruham Scharovsky a la Sinfónica Nacional de Colombia, la búsqueda que adelanta la Sinfónica Nacional de Costa Rica, y -entre otros eventos- el trabajo de Joachim Gustafsson en la Filarmónica de Bogotá después de varios fracasados intentos por darle un director estable a la orquesta capitalina, vuelvo y me pregunto… ¿tenemos claro cuál es el papel de un director artístico?  ¿Están haciendo ese trabajo los directores que tenemos al frente de nuestras orquestas en Colombia?


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