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De la ciclovía nocturna y otros demonios



















Asistir a un concierto en Bogotá requiere de una pasión, interés, compromiso y planeación inmensos. La ausencia de mejores y más cómodos medios de transporte público se suma a los ya conocidos problemas de seguridad, la incertidumbre acerca del estado del tráfico por cierres, arreglos de vías, accidentes o manifestaciones, que se suman a las restricciones a la circulación de vehículos según sus números de placa, y a la realización de eventos metropolitanos que son avisados, muchas veces, con tres días o una semana de antelación.

 

No tengo claro si la Alcaldía Mayor de Bogotá ha hecho alguna vez un estudio del impacto de estas variables sobre un sectores tan endeble como es el de las artes escénicas o sobre el consumo cultural. Son muchos los conciertos que se presentan una sola vez en Bogotá o, que si se repiten, como a veces pasa con los conciertos de la Filarmónica de Bogotá, tienden a ser en polos opuestos de la ciudad, lo cual efectivamente los hace eventos de una sola vez (convenientes para unos en la primera fecha y convenientes para otros en la segunda). Toco este tema porque hace poco estuve en un concierto en la sala de conciertos de la Biblioteca Luis Ángel Arango. La sala estaba agotada, pero, desafortunadamente, al comenzar el concierto, ésta estaba quizás al 50% de su capacidad. A medida que fue pasando el concierto, fue entrando más gente que se perdió un tercio o dos tercios del recital pues el programa incluía solo tres obras. Pues resulta que ese día se realizó en Bogotá la Carrera de la Mujer y mucha gente, cuyo plan no era ni salir a correr ni a ver una carrera sino ir a escuchar música, o perdió el viaje o tuvo una experiencia frustrante después de haberse programado con antelación para ir a pasar su domingo en uno de los mejores lugares para escuchar música clásica en Bogotá.

 

A los pocos días pasó algo similar. El jueves 11 de agosto -que yo sepa- había por lo menos tres conciertos programados en la ciudad: el estreno del Festival de Música Sacra con el contratenor Jakub Józef Orliński e Il Pomo d’Oro, un concierto con obras de jóvenes compositores interpretadas por la Orquesta Sinfónica Nacional en el Auditorio Fabio Lozano, y un concierto en Compensar con la joven percusionista Ángela María Lara (hago la salvedad de que participé en la organización del último concierto de este listado). Pues bien, ese día se realizó la ciclovía nocturna como parte del Festival de Verano que organiza la Alcaldía de Bogotá. Ignoro el impacto que haya tenido esto en los conciertos del Festival de Música Sacra y en el de la Sinfónica Nacional. El concierto en Compensar no tuvo una buena asistencia, pero es una franja que hasta ahora está empezando. Pero, sin importar, movilizarse esa noche -si uno no era de los matriculados en el plan de la ciclovía- era muy difícil, con cruces cerrados que obligaban a hacer desvíos improvisados que muy seguramente hicieron a más de uno desistir de asistir a alguno de estos conciertos o a algún otro evento cultural de esa noche.

 

Hemos escuchado mucho que la ciudad es de todos y que Bogotá es un lugar que reúne al país y su diversidad. Esa diversidad incluye también a los programadores de conciertos y al público que asiste a estos recitales. Entre los eventos que mencioné afectados por las carreras, ciclovías y cierres anunciados sobre el tiempo, hay tanto entidades públicas como privadas, todas trabajando para garantizarle a los ciudadanos que quieran ejercerlo, su derecho a acceder a la cultura. Ojalá la administración distrital (esta y todas porque en las anteriores administraciones ha pasado lo mismo) entienda que nuestra infraestructura es precaria y que cualquier cierre y afectación, así sea por unas horas y por el bien de un buen evento, impacta a otros actores metropolitanos que hacen esfuerzos inmensos por darle a la ciudad eventos culturales. La Alcaldía Mayor debería convocar a una mesa de trabajo para familiarizarse con el impacto de este tipo de actividades sobre el comercio, los trabajadores que regresan a sus casas, los colegios, los estudiantes que salen de una universidad nocturna, los restaurantes, y -desde luego- los programadores culturales. Vale la pena escuchar, explorar alternativas, mejorar la coordinación y comunicación y quizás llegar al compromiso de sacar un calendario anual con este tipo de eventos de manera que todos podamos organizarnos sin correr el riesgo de que todo nuestro esfuerzo se pierda por una falta de conocimiento y de coordinación. En Bogotá hay cabida para todos, pero solo si entre todos nos reconocemos y hablamos.

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