De paso por Sao Paulo
- mpcediel
- May 22, 2016
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Estuve de vacaciones en Sao Paulo, Brasil donde pude asistir a un concierto de la Orquesta Sinfónica de Sao Paulo (OSESP) y no resisto las ganas de escribir al respecto. Mi principal motivación –lo confieso- fue haber asistido al concierto en la Sala Sao Paulo, la casa de la orquesta. La sala fue inaugurada en 1999 aunque el edificio data de comienzos del siglo XX cuando operaba como oficinas para una compañía de transporte ferroviario.
La sala es magnífica. Por dentro tiene una forma rectangular que me recuerda a Symphony Hall en Boston. Su acústica privilegia la claridad del sonido pero permite también la mezcla del mismo, lo cual aporta una calidez sonora pero al tiempo una inteligibilidad muy alta del lenguaje musical. Es evidente que la sala tiene elementos de diseño acústico. En su techo tiene páneles ajustables en altura. Para este concierto los páneles estaban graduados de manera que el sonido se proyectara hacia la parte de atrás de la sala y de manera que los componentes originales de la arquitectura de la sala (unos filos de unas columnas, entro otros) no reflejaran ondas sonoras. Encima de los páneles hay unas barreras en algún tipo de tela que ayudan a apagar la expansión de las ondas sonoras por el espacio vacío del techo. Estos elementos –asumo- hacen que la acústica sea menos ‘catedralicia’.
La Sala Sao Paulo no está ubicada en el lugar más amable de la ciudad. Está ubicada en el centro al lado de lo que los paulistas hoy día llaman Crackolandia. Como su nombre lo indica, Crackolandia viene a ser un lugar en donde hay una gran cantidad de drogadictos que pueden ser muy intimidantes para los asistentes a la sala. Esto, sin embargo, no le restó asistencia al concierto y, según me indican, no es un elemento que esté generando mayor desánimo dentro del público. Claro, muchos asisten en automóviles particular, taxis o Uber y a la salida hay una fila de taxis disponible para el público. Pero la realidad es que la sala está ubicada en un lugar que debería tener una mayor atención en cuanto a servicios sociales por parte de la ciudad – el deterioro físico del espacio y el malestar social son evidentes. Digo esto porque me sorprende que el público igual haya asistido a la sala a un programa como el que escuché – un programa más bien poco atractivo en contenidos.
Creo que la asistencia del público a la sala se debe a una combinación de factores: a la OSESP, una orquesta que suena bien (no voy a decir que es la mejor orquesta que he escuchado ni a negar que en el concierto del jueves pasado hubo algunas fallas en solos y en ensamble) y a la sala por su comodidad y por lo que claramente le permite a los músicos de la orquesta y a su dirección artística. Una sala como la Sala Sao Paulo permite trabajar y construir un sonido. Yo me imagino que a un oboísta le permite ir desarrollando su sonido, saber que cuando usa cierta presión de aire el director siempre le pide que reduzca un poco la intensidad o que se puede dar el lujo de abordar un pianissimo desde un nivel de delicadeza mayor. Es decir, la calidad de la sala genera la posibilidad de un resultado artístico que día tras día puede ir mejorando y retroalimentándose y esto, desde luego, incide en la experiencia del público.
Estas reflexiones me han hecho pensar acerca del tan anhelado proyecto de que la Orquesta Filarmónica de Bogotá – una orquesta que en 2017 cumplirá 50 años- cuente con un espacio propio para la realización de sus conciertos. ¡Qué necesario es! Y qué necesario es que ese espacio no se piense solamente como un lugar para la Filarmónica sino para la música sinfónica en general. La Orquesta Sinfónica Nacional tampoco cuenta con un espacio así y tampoco lo tienen Batuta o las orquestas internacionales que han empezado a visitar Bogotá. Es algo absurdo que la inversión pública que lleva haciendo la ciudad en su orquesta durante tantos años no le haya dado cabida a brindarle un espacio propio para poder adelantar su objetivo misional. Ojalá los proyectos que estaban siendo adelantados se retomen, se evalúen, se modifiquen si es necesario pero que se hagan – la ciudad se lo merece, la Filarmónica se lo merece y la música sinfónica lo requiere.
Volviendo a Sao Paulo, el programa consistió en un “programa-sánduche”: Rossini-Schubert-Schubert-Verdi (Obertura de Il signor Bruschino – Sinfonía No. 3 – Entreacto de Rosamunda – Música de ballet de Macbeth o, visto de otra forma, ópera - Schubert x 2 - ópera). Las interpretaciones fueron buenas, algunos solistas se destacaron más que otros y quizás lo único a criticar fue la desigualdad en el tempo de la música de Verdi – la obra se sintió subensayada y al observar el trabajo de James Gaffigan en el podio tuve la sensación de que le estaba costando mantener las cosas bajo control. Al final el público salió contento y aplaudió y aplaudió un programa que no era muy interesante para empezar pero que me permitió escuchar a la OSESP, conocer la Sala Sao Paulo y reflexionar acerca de lo mucho que anhelo que en Bogotá podamos tener un espacio dedicado exclusivamente a la música sinfónica.
P.D.
Y, por si acaso, si llega a haber una sala para la Filarmónica de Bogotá, que no se les olvide que importantes obras del repertorio sinfónico y de periodos históricos relevantes requieren de un órgano de concierto. Si la Catedral Primada de Bogotá pudo estrenar órgano, ¿por qué no una sala dedicada al disfrute y celebración de la música?
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